sábado, 25 de julio de 2009

Batman, de David Lapham


Tengo personajes a los que de tanto en tanto me gusta volver. Batman es uno de ellos. Resulta curioso, y en cierta manera incomprensible, comprobar cómo una y otra vez acabo por regresar a él. Más que nada porque generalmente la lectura me resulta decepcionante en uno u otro sentido. Como me pasó hace unos pocos meses con el Monster Men de Matt Wagner. Pero no importa. Me digo que lo próximo será mejor, si bien sé que no es fácil debido a la edad del personaje. No sólo le pasa a él. Superman es otro que tal baila. Ambos llevan muchos años saliendo en los tebeos, habiendo protagonizado grandes historias creadas por autores de igual talla, de forma que cada vez es más difícil encontrar un tebeo que sea original, al menos en parte, y que además cuente con la fuerza expresiva que pudo tener en su momento un Year One, por ejemplo. O sea, uno de esos cómics que te devuelven a un tiempo y a un lugar en el que todavía sabías qué significaba ser un héroe, y lo que todavía era mejor, alucinabas con ellos.
Y porque casi me calificaría como idealista incorregible (lo cual es bastante estúpido hoy en día), decía que, en este aspecto, siempre espero que mi siguiente lectura sea mejor. De hecho, deseo que sea así. Que un día encuentre un tebeo de Batman que no me haga cuestionarme el sentido de seguir leyéndole.
Y entonces llega a mis manos la etapa en Detective Comics de David Lapham. ¿Pasaría mi examen?


A David Lapham le conocía por sus Balas Perdidas (La Cúpula), así que cuando me enteré que había escrito un arco argumental para Detective Comics no pude sino ilusionarme. Y resulta que Ramón Bach, había sido el elegido para ilustrar sus guiones. Uah, that was a must-read!
La saga fue desarrollada en Yankilandia a lo largo de los números 801 al 808 y del 811 al 814 de Detective Comics, cómics que Planeta ha publicado en tres volúmenes (del siete al nueve) de su serie regular dedicada al vigilante de Gotham.
En Ciudad del Crimen, historia en doce partes, parece evidente quién cobra especial relevancia junto a nuestro héroe. Sí, su reino, Gotham, cuyas raíces se hunden en el mismísimo infierno. Lapham parte de la injustamente olvidada Gotham, relegada las más de las veces a ser simple escenario, para insuflarle vida, un alma enferma que la troca en monstruosa aberración, pulsante, despiadada, terrible. La ciudad es, ahora más que nunca, una jungla de asfalto de una magnitud espantosa. Y las personas que residen en ella no pueden esperar librarse a su pérfido influjo, capaz de arrastrarles en una vertiginosa, descendente espiral de desesperación que no conduce sino a la muerte cuando no a un destino acaso peor. Lapham recurre a ese mundo que conoce tan bien y que le dio a conocer. Una ambientación propia de una serie negra sucia, cruda, mezclada con algo de pulp. Estas líneas maestras impregnan la historia y cada uno de sus componentes. Las miserias de la condición humana que encontramos documentadas por doquier, nos proporcionan una perspectiva más realista de lo que viene a ser habitual en un tebeo de superhéroes, aunque no nos engañemos, los convencionalismos del género siguen estando ahí.
Aun así, el resultado es peculiar, y en lo que a mí respecta, hasta chocante. Probablemente se deba a mis anteriores lecturas de otros cómics de Batman, donde la concepción del vigilante era más clásica, más apegada a su faceta mítica. En comparación, esta Ciudad del Crimen es un jarro de agua fría (aunque, como digo, sigue siendo un simple cómic de superhéroes, con todo lo que ello implica). Precisamente en lo que respecta a Batman, Lapham incorpora un enfoque interesante, el del héroe falible, tema que está presente desde las primeras páginas que abren la saga. El hombre murciélago se ve forzado a aceptar sus limitaciones, y todos sabemos cómo es Wayne... En efecto, lo que para el común de los mortales es algo habitual, para Batman supone un esfuerzo sobrehumano. El héroe, enfrentado a su error, trata por todos los medios de compensar el mal que no ha podido evitar, cayendo en una dinámina malsana, obsesiva, en la que a una resignación dictada por las circunstancias le sigue un arrebato incontrolable de rabia coronado por una súbita explosión de violencia catárquica que permite devolver las aguas al curso de la aceptación. Por otro lado, a esta perspectiva del personaje cuanto menos interesante, Lapham suma, y de paso recupera, el carácter detectivesco que da nombre a la colección. Batman es, en efecto, un detective con un caso que solucionar. El problema es que no está a la altura de su excelente fama como tal, lo cual nos remite a la historia.
Independientemente de las motivaciones que muevan a Batman en esta Ciudad del Crimen, lo cierto es que Lapham nos presenta un enigma que nuestro héroe deberá resolver. Un enigma con múltiples ramificaciones que en última instancia concierne a toda Gotham. Una trama vertebradora de relativamente sencilla explicación, que se adorna en exceso, yuxtaponiendo subtramas que, en ocasiones, sólo inciden tangencialmente en aquella, cuando no son un ardid tramposo que, como todo engaño que se precie, se descubre al final. Me pregunto si la considerable extensión de la saga (recordemos, doce partes) no habrá sido el motivo para engalanar el conjunto. Lo que no deja lugar a dudas, es que nos podíamos haber ahorrado algún que otro número. Números de relleno que, todo sea dicho, sólo aportan ambientación siguiendo la línea maestra que os comentaba un poco más arriba, al tiempo que ponen en evidencia las dotes detectivescas de nuestro protagonista hasta tal punto que casi resulta ridículo. Otro problema, éste acaso más acuciante que el de la paja, es el de una parte de la resolución, centrada en el desenmascaramiento del villano que ha traído de cabeza al pobre Bats. ¿Por qué después de marear tanto con este nuevo enemigo, que responde al nombre de El Cuerpo, no nos dejan claros sus antecedentes así como los pormenores de su plan? Qué queréis que os diga, pero me sabe a desenlace precipitado. Y si a todo ésto le añadimos una estructura narrativa fallida, donde las subtramas se entremezclan en una maraña confusa de la que participan excesivos secundarios, y un ritmo narrativo irregular, el resultado es un guión que, sin hacer agua del todo sí que acusa sus defectos de forma evidente, y no sólo durante la lectura sino que también una vez finalizada la misma.




Por todo ello, sorprende este trabajo de Lapham, habida cuenta de otras obras suyas que había podido leer. Menos extraño me resulta el control que DC ejerce sobre la mayor parte de los autores que abordan su universo, saco en el que debemos incluir a Lapham, y que le obliga a echar mano de algún que otro truco tramposo. Una verdadera lástima.
Pero no todo van a ser reproches. La historia, pese a todo, se deja leer, y a mí personalmente me enganchó, si bien, a medida que transcurría la acción y se iban desvelando secretos (ese homenaje a la novela de Jack Finney, adaptaciones cinematográficas aparte), mi interés fue disminuyendo, y reconozco que al final deseaba que acabara ya de una vez.
Por lo que respecta al dibujo, al parecer Lapham se ocupó presuntamente de los bocetos, que Ramón Bachs acabó de perfilar, si bien me gustaría saber a qué se están refiriendo con layouts porque muy poco del autor de Balas Perdidas veo yo en esta Ciudad del Crimen. De una forma u otra, Bachs realiza un buen trabajo, en consonancia con ese carácter al que he aludido un poco más arriba donde la ambientación pasa de ser mero telón de fondo a casi un personaje más.
En resumidas cuentas, una nueva decepción que se suma a las últimas lecturas que he hecho del personaje. Y pese a todo, sigo con ganas de leerme alguna cosilla más del Señor de la Noche. Lo dicho, masoca.

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